viernes, 31 de octubre de 2008

Buenos Aires Odisea Imaginal II


CAPÍTULO II



Otra vez estoy sentado en el trono de esta sala ascética. Mi único súbdito por esta hora yace acostado delante de mí. Antes me sentía como el mago de la corte, quien con su sagacidad y el poder de sus conjuros, desbarataba toda conspiración, todos los nudos e intrigas en el palacio de la Psique.

Hoy los encantamientos proferidos por las palabras han perdido ese halo cautivante. Ese mago parece agotado o e es un viejo rey viviendo de las glorias del pasado; sus súbditos lo respetan sólo por la representatividad de su figura. En ocasiones, como hoy, tengo la sensación que mis pacientes continúan el tratamiento por la misma razón.

Sineto mi cuerpo aprisionado en una armadura de hierro sujetada al sillón. Sólo la cabeza está libre para proferir un mínimo comentario. Pero mis palabras me suenan huecas, sin corporeidad.



Trato de escuchar al paciente…el mismo discurso aburrido, las mismas escenas, los mismos silencios, el mismo cuerpo rígido. Se me cruza una imagen: un hombre encerrado en una celda moviéndose de un lado a otro, intentando sacarse una especie de casco que cubre su cabeza.

¿Qué es esto?- me pregunté- una fuerte sensación irrumpió en mi cuerpo acompañada de un recuerdo vivo ¡El Hombre de la Máscara de Hierro!, una de las novelas favoritas de mi adolescencia. El impacto fue tan fuerte que estuve a punto de levantarme del sillón, pero la armadura me retuvo.

¿Qué significaba esa imagen? ¿Por qué había aparecido en este momento?

“Doctor, ¿se quedó dormido?”, sentí una mirada clavada en mi entrecejo.

“Perdóneme, tuve que atender una urgencia en la noche y dormí poco”- me disculpé mintiendo-, tenía que salvar la imagen, mantener la autoridad para que el paciente pueda ver en mí la figura paterna y de esta forma la palabra sea efectiva….
Todas estas cosas sostenidas por la teoría y por mí aceptadas, hoy me suenan vacías, estúpidas ¿Cómo construyo un edificio basado en hipocresía; una superestructura teórica para defenderme de la vida? ¿No sería tal vez más sano decirle que me duermo porque me aburre, o porque yo me siento desganado?...

Transcurren las horas y la misma tortura, por suerte se fue el último. Los rayos postreros del día penetran por la ventana semicerrada, un de luz ilumina un libro forrado. Parece que un paciente se lo olvidó, se lo devolveré la próxima sesión.

Estaba dispuesta a partir, cuando sentí la misma sensación vivenciada con la imagen del “Hombre de la Máscara de Hierro”. Me quedé quieto, mi mente comenzó a esgrimir argumentos:”Tenés que tener cuidado, tus síntomas se están agravando”. Mi cabeza parecía estallar me la agarré como queriendo arrancar las gruesas láminas de acero del anillo de pensamientos que me apretaban, y, sin darme cuenta, mi cuerpo se movió hasta el diván donde estaba el libro.

La lucha pareció cesar, y se me hizo un momento de extraña calma; la luz ahora más tenue iluminaba pálidamente la cubierta del libro. Lo abrí y mi estupor – cuando leí el título- no pudo ser mayor: “La Imaginación Activa y el Tarot, un viaje psicológico”.

¿Qué es esto?...¿Qué me está pasando?..¿Por dónde circula mi deseo?..El combate parecía desatarse otra vez, pero había algo más fuerte que surgía de mis entrañas y me impulsaba a tomarlo.

Misteriosamente la paz se había restablecido ¿Estaba en el ojo de la tormenta? No lo sé, pero la contractura en el cuello – con la que habitualmente terminaba mi día laboral- había desaparecido.



Regresando a casa comencé a leerlo. Creo que hacía mucho tiempo no sentía la sensación de estar atrapado por algo. Había buscado este entusiasmo en la relación con una mujer, una “Emperatriz”- como el tercer triunfo del mazo- para conectarme con la pasión, con el Eros animador de la existencia. Pero esa “Emperatriz” se iba y yo me quedaba vacío; como los caballeros de la Edad Media- al no tener ninguna dama a quien servir- sentían la pérdida de su alma.

Una ex – pareja parecía la “Suma Sacerdotisa”, reclamándome desentrañar los “misterios de la mujer”, de lo femenino, para mí aún hoy indescifrables. Siempre ante este interrogante me refugiaba en el “Papa- Freud” y su sentencia: “¿Qué quieren las mujeres?”..

Devoré las páginas, era todo material demasiado nuevo para mí. Símbolos e imágenes naturales y fantásticas, incluido el tan dudoso material de origen religioso movilizador de todas mis resistencias. Pero aún así despertaba más mi entusiasmo que la aridez urbana de las estructuras teóricas acostumbradas por mi intelecto a transitar.

Parecía alejarme de un medio contaminado para respirar un aire más puro. Mi cuerpo me lo señalaba: cuando mis viejos mecanismos surgían, el agudo dolor en el cuello retornaba.

Por vez primera, en mucho tiempo, tomé conciencia de ese gran olvidado: mi cuerpo, mi propia armadura. Ahora parece gastada por los golpes recibidos en las batallas; perdió el brillo de los comienzos cunado – como un novel caballero- me inicié en la gesta de la vida.

Recuerdo mis primeras épocas de analista, estaba lleno de entusiasmo y vigor; cada avance de un paciente era una batalla ganda, una medalla colgada de mi pecho aumentando mi autoestima. Me enfrentaba a mi supervisor, con el hambre de gloria de todo guerrero principiante y mostraba orgulloso mis victorias. Ël, con un gesto amable, corregía este ardor diciéndome: “Las curas espectaculares ocurren en los primeros casos, ya se va a dar cuenta después de unos años – y de haber atendido muchos pacientes- que esto es sólo al principio.”

Dolorosamente hoy lo comprobaba, la inexperiencia de aquella época no me hizo preguntar por qué pasaba esto. Estaba en aquel momento subido al carro victorioso y, en el fondo, subestimaba a aquel hombre maduro clavado a asu silla contesto adusto y sin vida. Hoy el peso de las condecoraciones me aplastó, y aquello antes despreciado se tornó mi realidad cotidiana.

Estaba cansado y me dispuse a dormir, cuando cerré los ojos las figuras del Tarot danzaban delante de mis ojos formando una hilera. Veía al joven guerrero en su carro victorioso; luego el mismo despojado de su armadura y rodeado por dos mujeres; atrás la figura del Papa y, por último, el viejo Emperador rígido en su silla. En ese instante comprendí cómo esa serie de figuras reflejaban mi propia historia, desde el ardiente guerrero de los comienzos hasta el endurecido rey sosteniendo sus envejecidos estandartes de poder.




“¿Lo ves allí? Me dijo una voz conocida. Miré hacia mi costado: un hombre maduro bien vestido, cara enrojecida por el alcohol, un enorme anillo de sello de oro en su mano derecha, fumaba con boquilla de oro también; la mirada triste, perdida.

“Siempre se sienta en esa mesa, toma su vaso de whisky, saca una agenda y anota con una lapicera de oro, como si estuviera ocupado. Lo echaron del laburo- era gerente de Gath y Chávez-, tuvo líos con una mina y, cuando lo rajaron, la percanta lo abandonó. En esa mesa se encontraba con ella y habla como si la naifa estuviera allí, dándose todavía aires de gerente…”la voz se detuvo y luego prosiguió: “Viste pebete, a algunos el oro y un par de gambas los enloquecen y, cuando entran cuesta abajo no se lo bancan y se piran.”

Miré de vuelta sorprendido, era Don Ricardo mi interlocutor, pero, ¡estoy soñando! Ahora sé que es un sueño,¿o esta es la realidad?..Qué rara impresión; esto parece más vívido que mi mundo opaco de todos los días.

Observo a mi alrededor, es un bar con estaño, una vieja máquina de café reluciente, pisos de roble; los colores son muy intensos, me recuerda al mundo de mi niñez.

Un extraño sonido me sorprende sacándome de mis pensamientos, ¡son unos cascos de caballo! Instintivamente giro mi cabeza y veo a Don Ricardo subido arriba de un sulky negro con dos caballos blanco y negro relucientes; me hace señas con la fusta, para que me suba a él. No sé como aparezco a su lado.

Las calles son empedradas, los faroles a gas, las casa que veo en el otro lado viejas, están nuevas, recién pintadas. Hay árboles, ¡puedo respirar! El aire está sin la contaminación de las naftas. La ciudad parece una aldea.

Don Ricardo dirige el carro hacia un parque, parecen los bosques de Palermo.

“Me gusta pasear por aquí”- me dice. Yo lo miro y no digo nada, tampoco entiendo mucho. “Hoy toidavía se puede andar con los carros, no sé qué pasará más adelante ahora que esos automóviles invadieron las calles…”

Me impactó su discurso, se me aparecieron los embotellamientos, los ruidos y el stress de mi ciudad cotidiana. Esta escena se parecía a mi etapa infantil, ligada a la naturaleza. Pero, ¿estoy pensando en el sueño?..¿Es esto una vida paralela? El estupor duró un instante, ¡debo aprovechar este momento!

“Perdóneme Don Ricardo, ¿por qué me salvó la otra noche?” Mi pregunta fue directa, acompañada de una mirada sostenida.

Don Ricardo se sonrió y en lugar de contestarme incitó a los caballos a la carrera. La yunta eran dos hermosas yeguas árabes briosas, su galope parejeo aumentaba a cada instante. Debí sujetarme para no salir despedido por la sorprendente maniobra. La velocidad seguía en ascenso, cuando parecía alcanzar el clímax, Don Ricardo muy tranquilo me dijo: “Tomá pebete, ahora manejá vos.”

No entendí nada, de pronto estaba intentando conducir un carro a toda marcha con dos yeguas desbocadas, miraba las ruedas de madera golpear salvajemente contra el empedrado amenazando quebrarse. Entré en pánico, quería frenar a los corceles, pero no respondían; en ese momento recordé: “esto es un sueño, no va a pasar nada, no va a pasar nada”. Elñ sulky saltó en ele aire luego de subir una loma, el chirrido de las ruedas me hizo volver a lo que estaba pasando.

“¡Malditas yeguas!- exclamé- “¡¿Por qué no me obedecen?!” Don Ricardo me miraba con el rabillo del ojo inmutable, delante nuestro había una curva; el sulky a esta velocidad no la podía tomar. Mi corazón latía desesperado y esperaba lo peor.

“¡Emperatriz, Papisa, alto!” rugió la voz de Don Ricardo. Las yeguas frenaron casi instantáneamente; no me dieron tiempo sujetarme y salí despedido del coche. Dí una vuelta en el aire y una pierna se quedó enganchada en la rama del árbol; la otro pierna la cruzaba, mi cuerpo colgaba hacia abajo y no había sufrido daño alguno.

“¿Otra vez haciendo el cuatro?” preguntó burlonamente Don Ricardo. “Por lo menos ahora está colgado de una rama y andás arrastrao por el piso”, concluyó. Los pájaros gritaban a mi alrededor ¿Habría tirado un nido?

Abrí los ojos, el chillido del “cucú”- reliquia familiar- me taladraba los oídos¡Otra vez soñé con Don Ricardo!..¡De nuevo el cuatro!..¡Una vez más quedé dado vuelta!...

¿Cuál es el significado de esto? Una imagen me surge las piernas cruzadas del Emperador, el hombre colgado del árbol del Tarot. Las pinturas se están tornando vivientes en mí. Mil asociaciones empiezan a bullir en mi interior, pero…¡lo había olvidado! ¡tengo que ir a ver a mi analista!

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“Perdóneme la demora”…Entré presurosamente en la sala y me recosté en el diván.

“Últimamente siempre llega tarde, usted es analista, sabe lo que eso significa”…

Me quedé mudo; era verdad, mostraba mi desinterés por la vida en general. Pero hoy estaba distinto, sentía entusiasmo, lo quería manifestar, mas había un dejo de duda. Si embargo la potencia de los acontecimientos fue más fuerte. Hice caso omiso a la interpretación de mi analista y comencé a hablar aceleradamente sobre los sueños, el Tarot y Don Ricardo.

Hice una pausa, había un silencio sepulcral, el ambiente se volvió frío, sentí mi cuerpo empezar a endurecerse; sólo la tos nerviosa de mi analista quebró ese interminable momento. Comencé a sentirme como un chico esperando el reto.

El Dr. Frecan, hábil analista, tomó cuenta de mi estado y con maestría derivó la situación al análisis de mis sueños.

“Asocie libremente”- sugirió

“El joven ebrio- comencé respirando aliviado- es mi estado actual, perdido, como un adolescente, desorientado y con temores de fallar. El policía es el Superyo que me persigue y castiga mi desvarío, mi falta de adaptación a la realidad…”hice una breve pausa reflexiva.

“Hasta aqñuí todo es entendible, pero la figura de Don Ricardo no me cierra ¿por qué el policía-Superyo lo respeta? ¿Por qué me deja libre?...” La pregunta quedó flotando en el aire como los armónicos de un piano de cola.

“Don Ricardo es su padre, un hombre de la noche permisivo y regido por el principio de Placer. Parece que usted está regodeándose en su depresión , permitiéndose caer en ella para alejarse d e sus responsabilidades con su trabajo y el mundo real.”

Sentí las palabras clavarse como saetas en mi estómago. Todo mi cuerpo comenzó a rigidizarse nuevamente. El Dr. Frecan sabía sugerir, la expresión “mundo real” ponía en duda todo mi relato. Un silencio tenso se creó.

En todas las ocasiones anteriores, la sola mención de mi complejo paterno hubiera sido suficiente para reconocer mi equivocación, mi irresponsabilidad y por ello aceptar la castración sometiéndome a la autoridad analítica. Pero esta vez había algo distinto.

“A mí me parece que Don Ricardo es una especie de maestro Zen; un guía como el Ermitaño del Tarot, andando por el mundo apoyado en un bastón y con el farol en su mano. En el sueño se condensan los dos: aparece apoyado en un farol que ilumina y hace de sostén. Los maestros Zen, como muestra el segundo sueño, enesñana a través del ridículo y del humor. Él satiriza mi situación afectiva, mi borrachera con la Emperatriz, mi ex-pareja.”
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“En el segundo sueño en realidad aparece la metáfora del carro de Platón en el Fedro. Yo no puedo conducir las yeguas, Emperatriz y Papisa, simbolizando mis emociones. Las bridas- representando mis pensamientos habituales- no son aptas para ello, sólo la voz de Don Ricardo puede hacerlo y las dos yeguas me despiden del coche dejándome colgado de un árbol en la posición de la carta del sacrificio, del “oficio sagrado”. Terminé mi exaltada alocución sorprendido por lo surgido.

El Dr. Frecan cruzó sus piernas; este gesto lo hacía indefectiblemente cuando algo lo preocupaba. Hizo otra larga pausa… “Por su discurso, parecería que usted está buscando salir de su depresión a través de la manía. Pero ese coloreo religioso va en contra de su formación analítica. Hummm…esto es peligroso, usted sabe a dónde conduce…”

El golpe fue demoledor, la amenaza de psicosis hizo sonar todas la alarmas que los acontecimientos intensos habían desactivado. Toda mi anterior resistencia se desmoronó.

“Es la hora” dijo. “Le voy a dar otro turno esta semana, lo espero el viernes al mediodía, ¿usted puede?”.

Asentí dócilmente, me levanté con el cuerpo entumecido y con mi vieja compañera: la contractura del cuello. Le dí la mano, saó a la calle con una tremenda sensación de pesadez. Era como si el policía del sueño me intimidara al estar tirado en el piso ebrio. Pero el analista tenía razón, estaba exaltado, debía advertírmelo; parecía un caballo desbocado.

La imagen del segundo sueño apareció como un relámpago en mi mente: expulsado del conche y colgado en el árbol. La voz de Don Ricardo dicéndo: “Al menos no andás arrastrao por el piso”.

Otro sacudón estremeció mi cuerpo; por lo menos al estar exaltado salgo de mi desidia, aunque todo el mundo se me dé vuelta y no entienda nada ¡Pero es mejor que las barreras de esta sapiencia estéril!

Mi cuerpo se aflojó, la contractura desapareció inmediatamente. Una profunda sensación de soledad me invadió. Todo en lo que creía hasta ahora parecía venirse abajo. Pero ¿qué tenía a cambio?...Un viejo mazo de cartas con extrañas figuras ¿podrían reemplazar todos estos años de preparación?...Me sentía como ese ermitaño buscando con una luz a pleno día, un sentido iluminador para su vida.

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