Siguiendo el principio hermético “Como es arriba es abajo” de la Tabla Esmeraldina, el
microcosmos de la danza reflejaba el orden cósmico y se instauraba una nueva organización del espacio. Como reza el Eclesiastés: “no hay nada nuevo bajo el Sol”, ya existían antecedentes de este ordenamiento entre los antiguos griegos, los derviches y en la danza del Sol entre los sioux americanos, cuyas danzas vinculaban a los bailarines, los planetas y los astros, intentando restablecer la armonía entre el cielo y la tierra.
Como podemos observar en el hecho fundacional de la danza moderna subyacen poderosas fuerzas arquetípicas bajo nuevas formas conllevando consecuencias incluso en sus actuales descendientes. Isis Wirth parece captar el arquetipo solar y de centro desplegado y nos ilustra sobre sus derivaciones: “Es quizás esta estructura centralizadora y fuertemente jerárquica en el mismísimo acto de nacimiento del ballet como género artístico la que, a manera de “maldición”, continúa extendiendo el aura de origen a casi todos sus descendientes. Algunas grandes compañías de ballet clásico, se parecen mucho a la corte de Luis XIV, con Luis incluido, y esto no es exageración ni metáfora.”
Desplegado brevemente en su faceta colectiva la pregunta que surge es si es posible aplicar éstas u otras definiciones mítico-simbólicas al individuo, al danzarín que busca desplegar su arte, expresarse a través del movimiento, explorar su espacio interior, su cuerpo y su alma, interactuando con el externo.
Un relato común que he encontrado en muchos pacientes bailarines que tuve fue: “cuando era niño/a bailaba como un juego, luego al estructurarme a través de las escuelas de danza, ese impulso inicial fue cediendo”. En un artículo de una bailarina y coreógrafa española “La Creación en la Danza: Camino Inverso” encontré un portavoz público de todos los relatos de mi consultorio: “Sabía que era necesario aprender la técnica para poder manejar mi cuerpo con mayor libertad, intentando seguir trabajando con mis limitaciones y posibilidades. Sabiendo los códigos de un escenario, para respetarlos o ignorarlos (…) Ahora a los 30 años estoy intentando rescatar esa necesidad innata que sentía al bailar cuando era chica, pero siento que me es difícil buscar una autenticidad en el movimiento”
El trasfondo arquetípico de estos relatos es el pasaje del caos con todas sus posibilidades a la forma cósmica, habilitando un uso determinado del espacio, pero quedando algunos de sus componentes escindidos. El bailarín explora la dialéctica Caos- Cosmos e intenta integrarlos tanto en el espacio interno como externo.
Una vez más el lenguaje moderno para esta dialéctica escuchado en la privacidad del consultorio y que hallé reflejado en el artículo fue intuitivo-racional. Es la misma que Nietzche veía en su “Origen de la Tragedia “ como lo dionisíaco y lo apolíneo. Quizás sea “coincidencia significativa”, como planteaba Jung, el hecho de que el Rey Sol (Apolo) diera su forma a la danza clásica y la primer coreografía que aparece como una “nueva forma” – como lo presentara Diaghiliev a los periodistas- sea justamente “Preludio a la siesta de un Fauno” de Debussy (1911) en donde Nijinsky representaba a uno de los integrantes del cortejo de Dionisios.
Llevemos esta dialéctica una vez más al terreno individual, el paso de la intuición primigenia con todas sus posibilidades a poder concretarlas en formas acabadas estéticas requiere de un esfuerzo sostenido, de una conquista del propio espacio corporal, de una voluntad que no se amilana ante ninguna dificultad ni impedimento. Desde la perspectiva arquetípica es el mismo arquetipo solar bajo una nueva forma el que actúa. El paso de lo cósmico solar a lo humano es a través de la figura del héroe (heros: señor). Así como el Sol reina en los cielos , el héroe solar lo hace entre los hombres como ejemplifica Luis. Pero en la perspectiva interior, el héroe-bailarín intenta para la consecución de su aspiración artística dominar su propio cuerpo, con sus múltiples espacios (músculos, tendones, articulaciones) desconocidos reacios a su control. El cuerpo pasa a ser un laberinto, otro símbolo espacial tradicional, con sus vericuetos que el héroe recorre para poder alcanzar su centro y su eje y obtener el “tesoro difícil de alcanzar”: la libertad de movimiento y expresión. Cuando lo logra, al igual que en la salida de los antiguos laberintos cretenses donde el héroe solar Teseo derrota al Minotauro, lo puede festejar, como en aquellas lejanas épocas, danzando.
Esta verdadera gesta heroica de dominar su cuerpo y la forma espacial exterior corona al artista quien puede adoptar el Cosmos de la propuesta estética elegida. O, por otro lado, intentar crear nuevas formas, disolviendo y recreando las antiguas, integrando la eterna y cíclica dialéctica entre lo racional y lo intuitivo, lo apolíneo y lo dionisíaco, en definitiva entre el Cosmos y el Caos.
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